Hay días cuando parece que nada sale bien o, por lo menos, no sale como debe salir. Para un momento, lunes el 25 parecía como uno de estos días. No comenzó mal. Estaba trabajando en las materiales para el sitio de web que estamos montando para solicitar fondos para facilitar la participación de las mujeres mayas en el proceso electoral. Preparé mi programa de radio, o al menos seleccioné la música y escogí un tema. Almorcé y preparé a salir de la casa. Llegando a Santa Cruz, llamé a la compañera que tiene responsibilidad para la radio en las tardes para ver si estaba almorzando o si estaba en la cabina de la radio.
Cuando contestó el teléfono, me dijo que no estaba en la radio, que la radio estaba cerrada porque ella tenía que ir a otra actividad y la otra compañera (actualmente son 2 quienes dividen las responsabilidades) había pedido licencia para ese día. Yo estaba brava; soy responsable en cuanto a mi programa, y si no voy a estar o si voy a llegar tarde siempre llamo antes, si posible unos días antes. Entonces, si ella sabía que yo iba a venir para mi programa, porque no me llamó? Ya había hecho el viaje desde Chinique; que iba a hacer yo, regresar a mi casa?
Bueno, decidí a aprovechar de haber llegado a la capital departamental. Hace varias semanas, un colega norteamericano me hubiera dicho que cuando él venía a Santa Cruz, fue a un café que estaba localizado en un centro comercial en la calle principal entrando desde Chiché. Yo hubiera notado la presencia de este centro pero nunca hubiera pensado entrar allí; siempre cuando vengo a Santa Cruz es por un motivo especifico. O estoy solamente pasando por Santa Cruz para ir a Chichicastenango o Antigua, o voy rumbo a la radio.
Entonces, decidí que iba a meterme en el café, tomar un cafecito y ver si tenian wifi. Llegué. Fue un espacio abierto al frente. Habían algunas mesas afueras, y otras adentro. Unas un poco altas, y los otros normal, y un juego de sofá y sillas. Parecía tranquila y agradable. Entré con mi mochila, pedí un latte y me senté a una de las mesas altas. El café no era mal (no el mejor latte que había tomado pero muy lejos de ser el peor). Habían pocas personas cuando llegué -- unos niños, uno de unos 12 o 13 años que, por su manera de conversar con la señora del café, parecía que fuera hijo o familiar de ella.
Pero después de un tiempo comenzaron a llegar otras personas. Evidentemente personas quienes tenían 15 o 20 quetzales para una bebida, o 30-40 quetzales para un crepe. Para mi es agradable estar en un café, no importa si no conozco a nadie. A veces estar solita en mi casa todo el tiempo me deprima. Chinique no ofrece ninguna diversión, y después de 6 meses viviendo allí no tengo muchas amistades en el pueblo. Entonces, más de quedar en mi casa y leer y escribir y pensar, no hay nada que hacer. Bueno, subir fotos. Mirar a las pocas películas que un amigo me ha mandado por internet. Lavar, cocinar, hacer ejercicio.
Pero mas de esto, muy poco. Y entonces para mi fue una revelación: un lugar donde podría quedar un rato en las noches si ya estuve en Santa Cruz (no creo que vale la pena hacer el viaje de 20 km solamente para sentarme en un café), para hacer realmente cosas que hago en la casa (leer, escribir, subir fotos) pero en la presencia de otros seres humanos.
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